sábado, 15 de enero de 2011

Viento.

Atardecía en el parque, y al igual que sus ojos, las hojas de los árboles ya estaban manchados de marrón. Un marrón dorado de un casi frío otoño. Sus labios estaban cuarteados por la sal, y el viento. Levantaba las hojas ya caídas y nos despeinaba, el aire digo, aunque sabía que ella era capaz de controlarlo para crear situaciones increíbles. Porque Otoño no hablaba con las miradas, no era experta en lenguaje gestual. Ella era de palabras, de pocas palabras, pero de palabras al fin y al cabo:

-Besamé.

Sabía a frutos secos: a nueces o a jodidas almendras, que se yo. ¿Acaso podía tener otro sabor?

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